miércoles, 28 de enero de 2009

Noticias de impacto

No recuerdo cuantos balazos le dispararon a la víctima. Lo que sin duda alguna me dejó mal herido, del oído al menos, fue la cantidad de 'impactos' que la reportera de televisión que transmitió la noticia nos 'propinó' a los sufridos televidentes en su apurado informe. Leo en el diccionario de la Real Academia que 'impactar' es un verbo transitivo que tiene dos acepciones:
-Causar un choque físico.
-Impresionar, desconcertar a causa de un acontecimiento o noticia.
Resulta que en los medios de comunicación, al menos aquí en Panamá, se abusa hasta la saciedad de la primera, cada vez que nos buscan dar una segunda.

martes, 27 de enero de 2009

La tigresa

"La guial se veía bien", dice Pablo, el taxista, pero en la pausa que le sigue a esa frase, con su sonrisa socarrona colgada del retrovisor, con el calor hirviendo en su carro sin aire acondicionado adivino que en seguida la matizará. "Pero un paciero con el que iba me dijo ¿ya la viste bien?. Y me fijé bien en la mujer esa. Y tenía todo el cuerpo rayado, los brazos, el cuello, las piernas llenos de marcas. Parecía un 'zipper'", remata. Era una mujer marcada. Una guerrera. "Pero a mi otro amigo le gustan así", dice, como tratando de comprender esa extraña afición. Las muchachas de las bandas quieren estar a la altura. Mostrar sus brazos con tatuajes. Enseñar sus marcas de guerra. Yasuri Yamileth no es un simple mito urbano. No es solo una canción. Existe y se reproduce en esas muchachas que van a la batalla con la misma intensidad con la que aman y odian. Y que se fajan igual con hombres y mujeres en peleas a cuchillo, navaja o 'gilette', generalmente por motivos pasionales, o por luchas territoriales, o por liderazgo dentro de la banda. Las marcas en la piel representan rango, bravura, determinación, 'demencia'. Y hay tipos a los que los seduce esa intensidad. Es como una droga. Un gusto escabroso por el peligro. Quieren una tipa 'de alante', aunque después, cuando los celos, fundados o no las empujen a perseguirlos con el 'filo' en la mano, lo lamenten. Las tigresas son peligrosas.

sábado, 24 de enero de 2009

La letra con sangre entra

La primera impresión es el espanto. La segunda el asco. La tercera, la indignación. Luego siguen la tristeza, la vergüenza, el enojo, el cansancio, el desdén y cuando menos lo pienso, llega la indiferencia, un poco fatigada de tantas vueltas para llegar a lo mismo. Un rostro ensangrentado que se asoma, literalmente estrellado, desde la portada de un tabloide me deja el desayuno a la mitad y más preguntas que respuestas. La fórmula de los tabloides es universal y perdurable. El escándalo, el rojo, los cuerpos destrampados era desde antes de mediados del siglo pasado la receta infalible para vender periódicos (¿alguien vio The Public Eye, la película con Joe Pesci en el papel de buitre-fotógrafo de policivas?) a despecho de la sensibilidad de la gente, del dolor de los parientes de los muertos casi anónimos que se presentan a diario y que atomizan y singularizan la violencia que padecemos (cási escribo 'vilencia' y creo que no hubiera estado mal del todo el neologismo). Ahora los científicos han descubierto que sí, que ese gusto morboso por la brutalidad gratuita que nos regalan (no, ¡nos la venden!) los tabloides (y cada vez más la televisión, que añade la acción, el escándalo sonoro) está inserto en nuestro más recóndito rincón de la psique, como recuerdo de épocas aún más brutales (¿cabrá tal cosa?), cuando la desgracia del vecino representaba nuestra propia supervivencia. Los gordos editores de tabloides siempre apostaron a las bajas pasiones, a lo elemental de la condición humana, para cimentar su negocio, y de paso contribuír con la enajenación general que nos evitara la fatiga de buscar razones para las cosas y maneras de cambiar el feo mundo al que, según ellos, debemos resignarnos. Ahora la alta ciencia los recompensa. Parece que todos, al final, trabajan para el mismo patrón.

viernes, 23 de enero de 2009

Yo no dije lo que dije

Al ministro de Gobierno y Justicia de Panamá, Dilio Arcia, le gusta la claridad. La semana pasada, al término de una reunión sobre seguridad en la región, donde las autoridades centroamericanas debatían sobre el avance de la delincuencia en estos países y las estrategias para enfrentarla, el ministro soltó la perla: "la ciudad de Colón es la más violenta del continente". Según el Premier (nadie me ha explicado por qué a este ministro se le llama 'premier', como si se tratase de una película de estreno), las cifras ponían a la ciudad atlántica panameña, proporcionalmente hablando, en un nivel de inseguridad peor (¿más alto?,¿más bajo?) que el de ciudad de México.
Pues sucede que el jueves de la semana pasada, durante una visita a Colón, Arcia se desdijo cándidamente de sus palabras, insinuado (como suele ocurrir con estos funcionarios) que había sido citado "fuera de contexto", y aunque no desmintió lo aseverado, sí señaló que había ido a esa ciudad a 'revertir positivamente' (no tengo idea de qué será aquello) sus palabras, para lo cual se había reunido, dijo, con dirigentes empresariales de la Zona Libre de Colón. Además pidió disculpas (qué diplomático) por el efecto de sus dichos. Un poco tarde, porque la primera noticia dio la vuelta al mundo en los cables internacionales, pero a la segunda casi nadie le prestó atención. A no ser los operadores de turismo, los comerciantes, los funcionarios que insisten en mirar (y que miremos) para otro lado para tranquilizar su mala conciencia. Qué considerado.

jueves, 22 de enero de 2009

Río Abajo. Muy abajo

Disparos en la noche. Sirenas que ululan y quiebran el silencio. Gritos. Sombras que se mueven furtivas. Las noches de Río Abajo son más oscuras cada vez. Arriba, por mi calle, unos vecinos de dudosa reputación celebran su recobrada libertad con disparos al aire. Sus armas son automáticas. Nuevas. Nadie hace preguntas. '-hola vecino'. -'Hola'. Ellos saben. Yo sé. El acuerdo es tácito. Los límites invisibles se respetan. Este solía ser un vecindario tranquilo. Ya no. Estamos rodeados por zonas infestadas de pandillas. "Esta es la calle de los tumbadores", me dice el taxista que equivocó el camino hacia mi casa y se metió por otra calle, una calle oculta tras la densa maleza que todavía persiste y una serie de grandes casas de madera, ruinosas, de otra época. Lo sé. Desde mi balcón se ven los mismos altos árboles que nos separan de esa tierra de nadie donde de noche en noche se escuchan los tableteos de las mini uzi y las AK. Pero nadie dice nada. Si preguntas, se encongen de hombros. "Deje así vecino", es la reconvención "amistosa". Pero igual uno se entera.