"La guial se veía bien", dice Pablo, el taxista, pero en la pausa que le sigue a esa frase, con su sonrisa socarrona colgada del retrovisor, con el calor hirviendo en su carro sin aire acondicionado adivino que en seguida la matizará. "Pero un paciero con el que iba me dijo ¿ya la viste bien?. Y me fijé bien en la mujer esa. Y tenía todo el cuerpo rayado, los brazos, el cuello, las piernas llenos de marcas. Parecía un 'zipper'", remata. Era una mujer marcada. Una guerrera. "Pero a mi otro amigo le gustan así", dice, como tratando de comprender esa extraña afición. Las muchachas de las bandas quieren estar a la altura. Mostrar sus brazos con tatuajes. Enseñar sus marcas de guerra. Yasuri Yamileth no es un simple mito urbano. No es solo una canción. Existe y se reproduce en esas muchachas que van a la batalla con la misma intensidad con la que aman y odian. Y que se fajan igual con hombres y mujeres en peleas a cuchillo, navaja o 'gilette', generalmente por motivos pasionales, o por luchas territoriales, o por liderazgo dentro de la banda. Las marcas en la piel representan rango, bravura, determinación, 'demencia'. Y hay tipos a los que los seduce esa intensidad. Es como una droga. Un gusto escabroso por el peligro. Quieren una tipa 'de alante', aunque después, cuando los celos, fundados o no las empujen a perseguirlos con el 'filo' en la mano, lo lamenten. Las tigresas son peligrosas.
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