Disparos en la noche. Sirenas que ululan y quiebran el silencio. Gritos. Sombras que se mueven furtivas. Las noches de Río Abajo son más oscuras cada vez. Arriba, por mi calle, unos vecinos de dudosa reputación celebran su recobrada libertad con disparos al aire. Sus armas son automáticas. Nuevas. Nadie hace preguntas. '-hola vecino'. -'Hola'. Ellos saben. Yo sé. El acuerdo es tácito. Los límites invisibles se respetan. Este solía ser un vecindario tranquilo. Ya no. Estamos rodeados por zonas infestadas de pandillas. "Esta es la calle de los tumbadores", me dice el taxista que equivocó el camino hacia mi casa y se metió por otra calle, una calle oculta tras la densa maleza que todavía persiste y una serie de grandes casas de madera, ruinosas, de otra época. Lo sé. Desde mi balcón se ven los mismos altos árboles que nos separan de esa tierra de nadie donde de noche en noche se escuchan los tableteos de las mini uzi y las AK. Pero nadie dice nada. Si preguntas, se encongen de hombros. "Deje así vecino", es la reconvención "amistosa". Pero igual uno se entera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario